20. LAS JERARQUÍAS CLERICALES
Entre los hombres fríos de mi tiempo señalo a las jerarquías
clericales cuya inmensa mayoría padece de una inconcebible indiferencia
frente a la realidad sufriente de los pueblos. Declaro con absoluta
sinceridad que me duelen como un desengaño estas palabras de mi dura
verdad. Yo no he visto sino por excepción entre los altos dignatarios
del clero generosidad y amor... como se merecía de ellos la doctrina de
Cristo que inspiró la doctrina de Perón. En ellos simplemente he visto
mezquinos y egoístas intereses y una sórdida ambición de privilegio. Yo
los acuso desde mi indignidad, no para el mal sino para el bien. No les
reprocho haberlo combatido sordamente a Perón desde sus conciliábulos
con la oligarquía. No les reprocho haber sido ingratos con Perón, que
les dio de su corazón cristiano lo mejor de su buena voluntad y de su
fe.
Les reprocho haber abandonado a los pobres, a los humildes, a los
descamisados, a los enfermos, y haber preferido en cambio la gloria y
los honores de la oligarquía. Les reprocho haber traicionado a Cristo
que tuvo misericordia de las turbas. Les reprocho olvidarse del pueblo y
haber hecho todo lo posible por ocultar el nombre y la figura de Cristo
tras la cortina de humo con que lo inciensan. Yo soy y me siento
cristiana. Soy católica, pero no comprendo que la religión de Cristo sea
compatible con la oligarquía y el privilegio. Esto no lo entenderé
jamás. Como no lo entiende el pueblo. El clero de los nuevos tiempos, si
quiere salvar al mundo de la destrucción espiritual, tiene que
convertirse al cristianismo. Empezar por descender al pueblo. Como
Cristo, vivir con el pueblo, sufrir con el pueblo, sentir con el pueblo.
Porque no viven ni sufren ni sienten ni piensan con el pueblo, estos
años de Perón están pesando sobre sus corazones sin despertar una sola
resonancia. Tienen el corazón cerrado y frío. ¡Ah, si supieran qué lindo
es el pueblo, se lanzarían a conquistarlo para Cristo que hoy, como
hace dos mil años, tiene misericordia de las turbas!
21. LA RELIGIÓN
Cristo les pidió que evangelizasen a los pobres y ellos no debieron
jamás abandonar al pueblo donde está la inmensa masa oprimida de los
pobres. Los políticos clericales de todos los tiempos y en todos los
países quieren ejercer el dominio y aún la explotación del pueblo por
medio de la iglesia y la religión. Muchas veces, para desgracia de la
fe, el clero ha servido a los políticos enemigos del pueblo predicando
una estúpida resignación... que no sé todavía cómo puede conciliarse con
la dignidad humana ni con la sed de Justicia cuya bienaventuranza se
canta en el Evangelio. También el clero político pretende ejercer en
todos los países el dominio y aún la explotación del pueblo por medio
del gobierno, lo que también es peligroso para la felicidad del pueblo.
Los dos caminos del clericalismo político y de la política clerical
deben ser evitados por los pueblos del mundo si quieren ser alguna vez
felices.
Yo no creo, como Lenín, que la religión sea el opio de los pueblos.
La religión debe ser, en cambio, la liberación de los pueblos; porque
cuando el hombre se enfrenta con Dios alcanza las alturas de su
extraordinaria dignidad. Si no hubiese Dios, si no estuviésemos
destinados a Dios, si no existiese religión, el hombre sería un poco de
polvo derramado en el abismo de la eternidad. Pero Dios existe y por El
somos dignos, y por El todos somos iguales, y ante El nadie tiene
privilegios sobre nadie. ¡Todos somos iguales! Yo no comprendo entonces
por qué, en nombre de la religión y en nombre de Dios, puede predicarse
la resignación frente a la injusticia. Ni por qué no puede en cambio
reclamarse, en nombre de Dios y en nombre de la religión, esos supremos
derechos de todos a la justicia y a la libertad. La religión no ha de
ser jamás instrumento de opresión para los pueblos. Tiene que ser
bandera de rebeldía. La religión está en el alma de los pueblos porque
los pueblos viven cerca de Dios, en contacto con el aire puro de la
inmensidad.
Nadie puede impedir que los pueblos tengan fe. Si la perdiesen, toda
la humanidad estaría perdida para siempre. Yo me rebelo contra las
"religiones" que hacen agachar la frente de los hombres y el alma de los
pueblos. Eso no puede ser religión. La religión debe levantar la cabeza
de los hombres. Yo admiro a la religión que puede hacerle decir a un
humilde descamisado frente a un emperador: "¡Yo soy lo mismo que Usted,
hijo de Dios!" La religión volverá a tener su prestigio entre los
pueblos si sus predicadores la enseñan así: como fuerza de rebeldía y de
igualdad, no como instrumento de opresión. Predicar la resignación es
predicar la esclavitud. Es necesario, en cambio, predicar la libertad y
la justicia. ¡Es el amor el único camino por el que la religión podrá
llegar a ver el día de los pueblos!
Extraído de "Mi Mensaje"
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