sábado, 19 de abril de 2014

Pascua: El Amor vence al Odio, y la Vida vence a la Muerte



Suelo recordar y citar un fragmento de la provocadora y absurdamente censurada película “La Última Tentación de Cristo”, basada en la novela homónima. Hay una escena donde se encuentran Jesús y Pablo. Este último estaba predicando sobre la resurrección. “La muerte ha sido vencida”, decía. Se acerca Jesús, lo escucha y lo trata de mentiroso. Le dice que nunca murió ni regresó de entre los muertos. Pablo le explica que la gente es infeliz, y que su única esperanza es Jesús resucitado. No importa quién sea Jesús, sino que “el Jesús resucitado salvará al mundo, y eso es lo que importa”, afirma. Durante el diálogo hay un intercambio sobre el tema de la verdad, que me recuerda la frase de Batman: “Porque a veces la verdad no es suficiente. A veces la gente se merece algo más. A veces la gente se merece una recompensa por tener fe”.
Hay otra película que trae un planteo similar: “El Cuerpo”. Detrás del argumento pochoclero, se plantea la posibilidad de encontrar el cuerpo de Jesús y, por lo tanto, demostrar que no resucitó. ¿Por qué traigo del recuerdo esta películas un día como hoy, Sábado Santo?.
San Pablo escribió que “si Cristo no resucitó nuestra predicación es vacía y vana nuestra fe” (1Cor 15,14). Y lo reiteró Francisco en el inicio de su pontificado: “¿Qué significa para nuestra vida la Resurrección? ¿Y por qué sin ella nuestra fe es en vano? Nuestra fe se basa en la Muerte y Resurrección de Cristo, al igual que una casa está construida sobre sus cimientos: si éstos ceden, toda casa se derrumba”.
La resurrección es una cuestión de Fe. Y Jesús Resucitado es la esperanza que no defrauda. “Dios resucitó a un crucificado, y desde entonces hay esperanza para los crucificados de la historia”, afirma Jon Sobrino. El Amor vence al Odio, y la Vida vence a la Muerte.
Esta acción creadora de Dios acogiendo a Jesús en su misterio insondable es un acontecimiento que desborda el entramado de esta vida donde nosotros nos movemos. Se sustrae a cualquier experiencia que podamos tener en este mundo. No lo podemos representar adecuadamente con nada. Por eso, ningún evangelista se ha atrevido a narrar la resurrección de Jesús”, explica Pagola. No es un hecho histórico. No es un hecho demostrable científicamente. Pero eso no quiere decir que no sea real. Es una cuestión de fe. Entonces, si la resurrección es el evento central de nuestra fe, ¿en qué creer?.

En este momento de mi vida ya no tengo muy claro en qué creo. Pero sí en quién. Sigo creyendo en un Dios que es Amor, que se hizo hombre, se abajó, y que por anunciar el Reino con palabras y obras lo terminaron matando. Creo en un Dios-Comunidad que sigue presente en la Historia, que acompaña, que sostiene, que es cercano, que sale al encuentro, y que respeta la libertad del hombre. Creo en un Dios que aborrece la injusticia y nos quiere felices. Y lo creo dentro de la Iglesia, que aspira a ser una Comunidad de Fe, Fraterna, que Celebra la Vida, que se Encuentra, que Anuncia el Reino con palabras y acciones, y que Denuncia todo lo que se opone a ese Sueño de Dios para todos nosotros, ese Banquete para todas y todos, inclusivo, de Vida en abundancia, donde nadie quede afuera.
Creo en ese Dios que “derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes, que colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías” (Lc 1, 52-53). Creo en el Jesús que fue enviado a “llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” (Lc 4, 18-19). El mismo que dijo “¡Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece!... Pero ¡ay de ustedes los ricos, porque ya tienen su consuelo!” (Lc 6, 20-24). “Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia. Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios. Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios. Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos” (Mt 5, 6-10). 
Porque al final, como decía San Juan de la Cruz, seremos examinados en el amor. San Agustín lo expresaba de una manera muy linda: “amá y hacé lo que quieras… hagas lo que hagas, hacelo por amor”. Y escucharemos esa Voz que nos diga “Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver”. Los justos le responderán: “Señor, ¿cuándo te vimos habriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?”. Y el Rey les responderá: “Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo”. (Mt 25, 34-40)

Como cierre de este escrito, y apelando a las “Crónicas del Ángel Gris” de Alejandro Dolina, hago explícita mi opción de poder jugar en el equipo de los Hombres Sensibles, y no en el de los Refutadores de Leyendas. Los Refutadores de Leyendas, una abominable secta racionalista de Villa del Parque, simbolizan a todos los positivistas, escépticos, que intentan demostrar que el mundo no es tan maravilloso, que los milagros no existen, y que definen al fútbol “como un juego en que veintidós sujetos corren tras de una pelota... ¡Líbrenos Dios de percibir el mundo con este simple cinismo!”. Pertenecen a esta secta todos aquellos que “no se limitan a demostrar que el mundo es razonable y científico, sino que también lo desean así. (Éste es seguramente su peor pecado)”. En la vereda opuesta nos encontramos los que deseamos creer sin ver, porque seremos felices (cf. Jn 20, 9b). Aquellos que amamos vivir, y deseamos vivir amando. Aquellos que estamos representados, o queremos estarlo, por esa muchachada que se hace llamar Los Hombres Sensibles de Flores.

Y por eso me la juego. Porque no es evidente. Porque no es claro y distinto. Porque quiero y deseo ser un hombre de fe. Porque quiero y deseo esperar contra toda esperanza. Porque puedo equivocarme, pero así y todo prefiero arriesgarme. Amén.