Hay que saber irse a tiempo. No
es fácil, lo sé. La sabiduría y la prudencia son dos virtudes, y los hábitos
buenos hay que ejercitarlos. No siempre hay un adónde ir, pero saber dónde no
hay que quedarse ya es un paso valioso.
En septiembre me ofrecieron el
retiro voluntario de la Honorable (¿?) Cámara de Diputados de la Nación. Luego
de casi 20 años ahí, me ofrecían la posibilidad de irme con una indemnización.
La plata era un señuelo, más en estos tiempos donde ya no recuerdo lo que era
llegar a fin de mes sin endeudarme. Pero no iba a dejar que mi decisión fuese
solamente económica, y me puse a pensarlo, charlarlo con gente cercana que me
quiere, y rezarlo mucho.
Cuando ingresé a Diputados en
abril de 2006, lo hice convencido de que la política es una herramienta de
transformación de la realidad, una de las formas más altas de la caridad, una
de las maneras de mejorar la vida de las personas, las comunidades,
especialmente las más vulnerables, perjudicadas y desfavorecidas. Veinte años
después sigo creyendo lo mismo, a pesar del ejercicio concreto de quienes toman
las decisiones y las ejecutan.
Ingresé con mucha ingenuidad,
altas expectativas y esperanza. Las dos primeras las fui perdiendo en el camino
y la última, si bien ya no está intacta, sigue presente… porque es lo último
que se pierde. Asesoré, aprendí, mejoré, me formé, milité, fui candidato,
incidí en varios proyectos que terminaron siendo textos legales de nuestro
marco normativo, y hasta puedo decir que fui actor fundamental en una ley
vigente en nuestro país. También me pasó factura la política partidaria, con
sus luces y sombras.
Lo cierto es que en septiembre nos
ofrecieron, solo por ese mes, la posibilidad de irnos de manera voluntaria con
algo de plata a cambio. Consulté las condiciones el primer día, pero terminé
decidiéndome recién el último. Sin certezas. Con mucho riesgo. Sin red laboral
donde caer, pero con la fe como bandera. Las ofertas laborales, y las
entrevistas que tuve, terminaron corroborando mi intuición inicial.
Hay que saber irse a tiempo. No
es fácil, pero lo hice. Voy a extrañar personas, y me llevo recuerdos de épocas
mejores. Pero siempre rezo por poder discernir de la mejor manera la voluntad
de Dios en mi vida, y hoy tengo paz y alegría con el camino elegido. “Vivimos a
una decisión de cambiar el rumbo de los acontecimientos”, escribí en el primer
capítulo de “Vale la pena”. Bueno, eso hice y se materializa hoy, en este
último día de trabajo en la HCDN. Una decisión que tiene que ver con lo
vocacional, con el sentido, con los proyectos, con los sueños. Una
decisión muy importante, una más en este hermoso 2025 que vino a cambiarme la
vida… para mejor. Para seguir siendo feliz y valioso. Que así sea.




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