- Sí, pá -le dije.
Es que me ganó por
cansancio. Hace tiempo que me lo viene pidiendo y mi respuesta era
siempre la misma: no. Ese “no” que decimos los hijos para
construir nuestra identidad diferenciándonos de nuestros viejos. Ese
“no” automático que, con el tiempo, va mutando en “no sé”,
“tal vez”, “sí”... o también muchas veces sigue quedando en
el “no”, pero tamizado por la experiencia y el mismo paso del
tiempo.
Lo cierto es que ahora
tampoco tenía ganas y, posiblemente, esté mucho más complicado que
años anteriores. Pero, evidentemente, algo había cambiado... Ese
simple “sí, pá” lo tranquilizó. O al menos eso intuí. Días
después me volvió a pedir lo mismo. “Ya te dije que sí”,
respondí sin ofuscarme. Y se sorprendió... Nos miramos a los ojos y
una sonrisa cómplice se dibujó en nuestros rostros.
Llegué a casa con ganas
de cumplir mi promesa. Prendí la notebook, puse YouTube y busqué el
tema “Mi viejo” de Piero. “Es un buen tipo mi viejo...”.
Y me quedé escuchando. Mientras, me puse a buscar los escritos que
año a año Don Jorge regala a sus clientes en La Veronese para el
Día del Padre. Encontré una veintena, pero son muchos más. El más
antiguo que pude leer es del 2000, aunque sé que hay de años
anteriores sin digitalizar.
Hay textos donde escribe
como padre y otros como hijo. En algunos da consejos, en otros relata
experiencias o comparte frases. De todo un poco. Y me puse a
(re)leerlos. En diferentes momentos, distintos pasajes, les juro,
lloré. Recuerdo que cada año los leí religiosamente. Pero al
releer el texto ya no es el mismo... principalmente porque nosotros
no somos los mismos. Sigo pensando diferente en muchas cosas que ya
le critiqué oportunamente, como no podía ser de otro modo. Pero
empaticé diferente.
“Yo lo miro desde
lejos, pero somos tan distintos”. Ocurre que nosotros vemos
el paisaje desde el atardecer y los hijos ven el mismo paisaje pero
en el amanecer. Esa metáfora, de hecho, la dijo mi viejo en mi
curso, hacia finales de mi secundaria, una vez que vinieron algunos
padres a hablarnos sobre el viaje de egresados. Me quedó grabada...
y la volví a encontrar en sus escritos.
“Viejo, mi querido
viejo. Ahora ya caminas lento, como perdonando el viento”. Y
recordé la anécdota que mi viejo me contó tantas veces (y hago el
gesto para que suenen los violines). Cuenta el relato que Piero, ni
bien terminó de componer la canción, fue corriendo a ver a su
padre. Llegó con la guitarra al hombro, le pidió que se siente y
escuche. Y la cantó. Al terminar la canción, padre e hijo, con
lágrimas en los ojos, estuvieron unos minutos en silencio hasta que
su viejo se levantó de su asiento y con todo el cariño del mundo le
soltó aquello de: "Ma, quién camina lerdo, la p... que te
parió" (yo hubiera escrito el insulto completo pero sé que a
mi viejo no le habría gustado; y dejé “lerdo” del original
porque también me imagino su corrección en caso contrario). Y ahora
también mi viejo camina lento, pensaba mientras seguía escuchando
la canción, pero jamás se lo diré (otra vez).
“Yo
soy tu sangre, mi viejo. Soy tu silencio y tu tiempo”.
Qué fuerte esta frase. El tema de la sangre, la familia. Me remite a
lo italiano que corre por mis venas (obviamente que con ese lindo
mestizaje con lo español y lo criollo). Pero está la tanada que te
sube, el gritar, discutir, gesticular de manera ostentosa, disfrutar
un buen plato de pastas, ser muy pasional, la presión alta... todo
eso. Y más también. Dicen algunos que somos inmortales, entre otras
razones, porque seguimos viviendo en las personas que amamos, nos
amaron, y en ese grupo selecto están nuestros hijos, nuestra
descendencia.
“Él
tiene los ojos buenos. Y una figura pesada. La edad se le vino
encima...
Yo tengo los años nuevos. Mi padre los años
viejos. El dolor lo lleva dentro. Y tiene historia sin tiempo”.
La edad se le vino encima. Es el inexorable paso del tiempo. Dolor.
Historia. Y desde ese lugar también me enseña. Porque aprendemos de
nuestros padres por sus aciertos pero también de sus errores. Lo
mismo pasa y pasará con nuestros hijos... Y hay cosas que se enseñan
sin palabras... es más, a pesar de los gestos. Explicamos
lo que sabemos, pero enseñamos lo que somos.
Hace 15 años que soy
padre y 40 que soy hijo (¿o 41?... prefiero no hacer cuentas). Y la
vida es ese camino donde vamos siguiendo huellas y, a la vez, dejando
huellas. Ojalá sea siempre rumbeando para la felicidad que es lo que
más quiere uno para sí mismo pero, sin dudas, principalmente para
sus hijas e hijos. Y siempre estamos a tiempo. A pesar de los muchos
aliados necesarios y deseados en este peregrinar. Con mucho amor,
humor, alegría y sin miedo. Vivimos a una decisión de poder
cambiarlo todo. Intentemos elegir bien. Personalmente, desde que
fui padre me hice mucho mejor hijo. Porque descubrí que ser
padre no es dar la vida en un minuto, sino en cada minuto de toda una
vida.
Ser
padre es algo común que nos hace la vida especial.
¿Qué
me había pedido mi viejo? ¿No lo dije? Bueno, que escriba algo para
compartir en el Día del Padre...
Javier
E. Giangreco
¿Querés
leer todos los textos anteriores que yo leí, releí, y que tanto me
emocionaron, a pesar de mis constantes críticas y diferencias? Pasá
por...
*
Las frases en cursiva sin comillas son citas de mi viejo pero que me
fui apropiando con el tiempo.
3 comentarios:
Hermoso Javier!
Buenisimo!!
Nuestros viejos y su legado!!
Sin palabras ! Solamente hermoso de corazón 💞
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