Argentina está en
vísperas de un debate que, me animo a predecir, nos tendrá en vilo
durante un par de meses (y eso, precisamente, parece buscar el gobierno al impulsarlo para, de esa manera, tapar la mala situación socio-económica, a la vez que obstaculiza la incipiente unidad del campo popular). Apenas finalizado el fin de semana largo,
Semana Santa y Malvinas mediante, nos internaremos en dos meses de
exposiciones de casi mil especialistas y militantes en la Casa de la
Democracia. Pero, entre tanto preparativo, me asalta una pregunta:
¿es posible el debate?.
Debatir es un acto de
comunicación que implica la exposición de ideas y argumentaciones
diversas que entran en diálogo. Para que ese diálogo sea realmente
un diálogo, todes debemos estar abiertos a repensar nuestros
posicionamientos, nuestras posturas. El marco debiera ser un
encuentro de apertura, donde yo legitime al otro en tanto otro, donde
esté dispuesto a la escucha sincera. Eso no significa que sí o sí
deba modificar lo que pienso, pero tampoco la tesis contraria:
mantener mi postura a como de lugar por el sólo hecho de ingresar en
una disputa donde quiero estar del lado ganador.
Estoy convencido que
existe la posibilidad de reformular mi postura a partir del debate.
Lo creo y lo he vivido. Pero se necesita una actitud fundante de
apertura. Sin embargo, digamos todo, eso no implica renunciar a las
creencias personales ni los posicionamientos ideológicos. Es más,
es propio de la dimensión agonal de la política poder debatir desde
una postura y poder dar razones de ella, y debemos promover y
celebrar que se den estas situaciones.
El Dr. Lino Barañao, Ministro de Ciencia y Tecnología durante gobiernos tan distintos en estos últimos años, concluye su artículo a favor de la despenalización del aborto diciendo lo siguiente: “soy
consciente de que estos argumentos no cambiarán la opinión de
quienes ya tienen una posición tomada. Esto se debe al fenómeno de
cognición cultural descripto por Dan Kahan, del Departamento de
Leyes de la Universidad de Yale. Según este autor, en temas
controversiales, los individuos suscriben o no a una aseveración de
acuerdo con lo que consideren que los acerca o los aleja de la
pertenencia al grupo con el cual comparten valores. En otras
palabras, generalmente nos interesa más la pertenencia al grupo que
el valor de verdad de aquello que pensamos. Por eso, es tan difícil
llegar a consensos en temas tan complejos desde el punto de vista
conceptual y tan ligados a las creencias religiosas o a la
cosmovisión de cada grupo como es el tema del aborto”. Días
después, en el mismo diario, le respondieron: “Finalmente
quisiera reflexionar sobre el recurso a la muy interesante
investigación de Dan Kahan (de Yale), sobre cognición cultural, que
explica que un individuo no cambiará su opinión aun cuando se le
presente evidencia en contra, por el hecho de preferir
(inconscientemente) permanecer dentro de su grupo de pertenencia.
Barañao utiliza esta investigación para sugerir que cualquier
individuo religioso, aunque se le explique lo que él explicó en su
artículo (sin demasiada definición), no cambiará su punto de vista
simplemente porque quiere continuar perteneciendo a su grupo
ideológico. Lo que Barañao no dice es que el mismo argumento puede
ser utilizado para explicar por qué quienes aceptan el aborto no
cambian su opinión aun cuando se les presente evidencia en contra
exactamente por la misma razón de pertenencia (quizás el ministro
caiga dentro de este grupo)”.
Personalmente, y en un
artículo escrito hace siete años, compartía mi cambio de
posicionamiento en varios temas menos el aborto. Es más, con mi
grupo de pertenencia ideológico, político, tengo muchísimas
coincidencias en casi todos los otros temas y no así en este
puntual. Eso me permite, me habilita, y hasta me lo impongo, a
escuchar con atención y apertura todos los argumentos. Me sucede
compartir premisas y disentir en conclusiones tanto como disentir en
premisas y acordar en conclusiones. Y todas las variables que se
imaginen.
¿Es posible el debate?.
¿Estamos dispuestos a escuchar al otro, a encontrarnos, a dialogar,
a ponernos en el lugar del otro?. ¿Estamos dispuestos, también, a
escuchar a aquellas personas que no acceden a hacer oír su voz y
ponernos en su lugar?. Reconocer el valor de la palabra de mi
interlocutor no implica dejar de defender, argumentar y militar mis
convicciones. Y recién ahí, con esa actitud fundante, podemos
empezar a preguntarnos (y respondernos): ¿Qué es la vida? ¿Y la
vida humana? ¿Cuándo comienza? ¿Toda vida humana vale? ¿Desde
cuándo una vida humana tiene derechos? ¿Hay derechos que se pueden
priorizar por sobre otros? ¿Qué hacemos frente a algo que sucede de
hecho? ¿Hay intereses espurios detrás de algunas posturas, tanto a
favor como en contra? ¿Qué es lo mejor para todes, especialmente
para los más vulnerables? ¿Cuál es el criterio para tomar
decisiones? ¿Qué hacer frente a la libertad y la conciencia? Y
tantos otros temas que son definiciones políticas, discusiones
filosóficas, atravesadas por saberes científicos, posicionamientos
religiosos (sean creyentes institucionalizados o no, agnósticos o
ateos), pertenencias ideológicas, y experiencias de vida.
Es fundamental dejar de
lado definiciones simplistas. En primer lugar, no hay dos bandos. Hay
muchas posiciones con diferentes puntos de vista. Hay mujeres y
varones, de derecha y de izquierda, creyentes o no, a favor y en
contra de legalizar el aborto. A lo sumo, y en última instancia,
habrá quienes se inclinen más por una determinada modificación al
marco normativo y otros que no. Pero no podemos perder de vista la
complejidad de posturas. Y, principalmente, dejar de lado la violenta
soberbia de no poner nunca en duda que hay una verdad y está de
nuestro lado.
Escuché decir que “los
derechos no se debaten” (a favor de la legalización) y que “la
vida no se debate” (en contra de la legalización). En ambos casos
estamos defendiendo el derecho a la vida, sólo que previamente hay
que debatir qué es un derecho, qué es una vida, y qué vidas son
sujetos de derechos. Ya sé que algunos sostienen que hay un derecho
natural objetivo, y más aún dicen conocerlo, mientras hay otros que
no están para nada de acuerdo. Entonces, ¿qué hacemos cuándo no
hay acuerdo?. ¿Todo se decide por simple mayoría?. Si hablamos de
leyes, sí. No hay otra. Es tiempo de persuadir, o ser convencido. Y
cada voto vale. Haber votado a determinado representante y cada voto
de aquel que ha sido elegido. Es la política, hermane. ¡Bienvenides
al debate!.
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