Estaba dispuesto a escribir sobre los conflictos suscitados en los últimos días, y me encontré con este texto. Decidí compartirlo en mi blog porque adhiero a sus palabras, y sumarlo como aporte a dos escritos personales que datan de 2007:
¿Qué pasa con las Villas? I
¿Qué pasa con las Villas? II
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Yo pago mis impuestos
Supongamos que tengo un departamento en Capital. Para comprarlo, entre otras cosas, tomé un préstamo bancario. Y pago mi impuesto inmobiliario (ABL) que no llega a... pongamos cien pesos por mes. Al mismo tiempo pago Edesur/nor, Metrogas, Aguas Argentinas, lo que quiere decir que tengo agua, cloacas, luz y gas. Por mi esquina pasan varias líneas de colectivos. A pocas cuadras está el subte y si pido un taxi o llamo a la ambulancia, vienen hasta la puerta de mi casa, porque la calle es asfaltada, está iluminada y el barrio es uno de esos comunes de la ciudad, tan seguro o inseguro como cualquier otro.
Para mí, a poco que lo analice, es obvio que si tengo un departamento y pago mis impuestos es porque tuve acceso a una cantidad de derechos que sólo son ejercidos cuando uno ha podido –por razones de su origen de clase, las más de las veces– quedar dentro del sistema y gozar de sus beneficios. Es así que tengo esta casa porque pude obtener un crédito y pude obtener un crédito porque tengo un trabajo en blanco, con sueldo suficiente (los créditos implican una cuota que no puede exceder el 30% de los ingresos) y suficientes años de antigüedad, por mencionar sólo dos de los requisitos más importantes a la hora de pedir un préstamo.
Esto solo ya me ubica entre un porcentaje reducido de población y, por lo tanto, en un lugar de privilegio que me obliga a reemplazar el tan mentado “yo tuve que sacrificarme para pagar una hipoteca” por el “yo pude (tuve la suerte o el privilegio) de poder tener un préstamo hipotecario y comprar una casa”. Digo privilegio y lo digo con premeditación y alevosía, apoyándome especialmente en lo que la palabra trae (privilegio es ley privada, o sea, no general sino relativa a un individuo específico, o a un grupo, y supone el permiso para realizar una actividad garantizada por otra persona o gobierno). Los préstamos suelen ser escasos, difíciles de conseguir, inaccesibles, caros, y se ofrecen esporádicamente. No son para todos, sino para pocos, por eso “privados” y también por cuanto son muchos los que quedan “privados” de esa posibilidad.
La situación no es diferente si alquilo. Alquilar supone también una serie de requisitos: entre ellos el de presentar una garantía propietaria en Capital, que no es sencilla de obtener, a veces, ni siquiera para una contundente clase media de inobjetable porteñidad.
Si toda esa gente que hoy acampa en el Parque Indoamericano pudiera obtener créditos blandos con requisitos posibles de cumplimentar, probablemente en vez de pagar cuatrocientos pesos por una habitación miserable en una villa, accedería a una vivienda propia en condiciones dignas. Aunque tuviera que abonar el impuesto en cuestión. Cabe aclarar que el acampe en el Parque no es similar a una semana de vacaciones en Villa La Angostura y que los incidentes que dejaron heridos y muertos no se parecen a un rappel o un canopy entre los árboles del bosque.
Así que pagar impuestos implica que estoy en pleno ejercicio de mis derechos, no al revés. No estoy en inferioridad de condiciones y esto contando sólo con el impuesto inmobiliario, el específico de la temática de la vivienda, porque si es por los otros impuestos, el IVA por ejemplo, que tributa sobre los artículos de primera necesidad, lo paga todo el mundo, tenga los ingresos que tenga, tenga bienes o tenga males... Y afecta más, obviamente, al que menos tiene.
Pero lo que hay debajo, lo que subyace a esta posición de “yo pago mis impuestos y trabajo tantas horas y soy de acá y no quiero que vengan otros, que no trabajan, que no pagan impuestos, unos extraños (extranjeros en un sentido del término) a disfrutar de lo que apenas si puedo conseguir yo, que sí me lo merezco”... es que el acceso a la ciudad no es un derecho de los pobres. Los pobres (y en esto no importa mucho si son argentinos o extranjeros) que se queden en sus lugares... y si se mueren de hambre, problema de ellos.
Uno puede acordar con que la toma de un lugar no es el procedimiento “correcto”. En eso acuerdan hasta los que la llevan a cabo. Pero la toma no es el origen, es el final de un proceso; es efecto, no causa. El origen está en los gobiernos que no consideran política pública prioritaria la construcción de vivienda social, la radicación organizada, permanente y con inversión de villas y asentamientos, su transformación en barrios confortables, accesibles, que cuenten con todos los servicios y que además sean, en lo posible, arbolados, floridos, coloridos, bellos.
¿Y por qué tiene el Estado que hacerse cargo? Porque la construcción de vivienda en el Buenos Aires de hoy está regulada pura y exclusivamente por el mercado inmobiliario, al que sólo le importa vender mucho y al más alto precio, y no tiene entre sus objetivos resolver la temática de la vivienda como problemática de política social (es decir, garantizar el acceso a la vivienda a todo habitante de la ciudad). Considerando, además, que ese mercado construye viviendas, algunas muy lujosas, que se cuentan de a miles y que están vacías... mientras el problema habitacional de la ciudad crece y crece. Por eso, porque el mercado no va a resolver esta cuestión, es el Estado quien debe ocuparse y limitar incluso las apetencias de ese mercado y ponerlo en caja para que no tome para sí todas las tierras disponibles ni construya sólo para los que tienen dinero.
Por eso y porque la vivienda es, fundamentalmente, un derecho, no (o no sólo) una mercancía.
El pensamiento crítico supone el análisis de las diferentes variables que intervienen en una situación, relacionar unas con otras y evaluar esa complejidad pudiendo arribar a conclusiones o a emitir opiniones que tengan un mayor acercamiento a alguna verdad posible. La experiencia personal no puede ser el referente máximo del pensamiento, porque tiene corto alcance, se funda en el desconocimiento y suele estar plagado de creencias y prejuicios.
Volviendo a Soldati. Ya se ve que la toma no es el procedimiento pulcro, democrático y civilizado que es de esperar para resolver problemas. Sobre todo las tomas organizadas por los pobres, porque las “tomas” de empresarios, terratenientes, periodistas, militares, etc. (las tierras usurpadas a los Qom en Formosa; las tierras que incorporó Biolcatti a la ya extensa superficie de su propiedad, cerrando dos caminos públicos en Carlos Casares; los terrenos del Ferrocarril “vendidos” por monedas a prestigiosos vecinos del barrio Parque –Gianfranco Macri, Mariano Grondona, entre otros- que de ese modo adosaron a sus propiedades el 80 y el 100 % de sus superficies originales, etc.) no han concitado el hervidero de opiniones racistas, clasistas y xenófobas que brotan como frutos de verano por estos días frente a la ocupación del Indoamericano. Es que parece que cuando la que roba es gente con glamour, se soporta mejor.
Y por último, claramente, los derechos de los pobres no suelen ocupar, en general, el primer lugar en las agendas de los poderes públicos, ni tampoco ser acompañados por los pulcros ciudadanos cuyo argumento es que pagan impuestos. Y después de todo, la historia humana ha mostrado una y otra vez que los pobres solo se vuelven visibles y consiguen algo cuando irrumpen, incomodan y molestan a los poderes y a los pulcros.
Estela Calvo, 13 de diciembre de 2010.
Publicado en Río Bravo
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