Hay un tema que aparece cada tanto, y vuelve a aparecer, sin que pueda resolverse: ¿qué hacer con las Villas en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires?. Históricamente se han planteado dos posibles soluciones, erradicarlas o urbanizarlas. Si bien cada una de estas alternativas tiene distintas formas de operativizarse y, entre sí, parecen ser planteos diametralmente opuestos, tienen una coincidencia: se paran desde una visión unilateral de la problemática. Y la posición es siempre la misma: desde el no ser villero o, peor aún, el ser no villero.
A partir de un par de comunicados del Equipo de Sacerdotes para las Villas de Emergencia apareció en el debate una tercera posibilidad: integración urbana. Este aporte, decididamente, es fruto de una experiencia vital en ese contexto. Es la mirada que puede sumar alguien que está adentro, aunque haya venido de afuera. Y considero, sin dejar de atender la complejidad del caso, que esta postura debe ser el camino a seguir.
¿Qué entienden por integración urbana?. Los cito: “respetar la idiosincrasia de los pueblos, sus costumbres, su modo de construir, su ingenio para aprovechar tiempo y espacio, respetar su lugar, que tiene su propia historia. Sin duda debe haber un camino de mejoramiento de la calidad de vida en las villas -fue y es una preocupación de este equipo- pero es fundamental en este camino poner el oído en el corazón del villero para que las posibles soluciones no provengan de oficinas donde trabajan técnicos que ignoran la realidad, y que en lugar de mejorarla la empeoran”.
La villa, digámoslo de una vez, tiene muy mala prensa. Suele aparecer, de manera más o menos explícita, como “refugio de chorros”, “mercado de drogas”, “ambiente de promiscuidad sexual”, “paradigma de la violencia”, y demás etiquetas que permiten arribar a una sola conclusión: allí vive lo peor de nuestra sociedad. Es el paso previo, y necesario, para erradicarlas (eufemismo que permite evitar la palabra “eliminarlas”).
Nobleza obliga, debemos reconocer que todas esas realidades dolorosas están presentes en las villas. Pero también reconozcamos que están presentes no solamente en las villas. Quizás no es este el espacio para analizar las causas de estas problemáticas, ni revisar la diferencia entre paco y éxtasis, o entre chorro y ladrón de guante blanco o corrupto. Hasta suenan distinto…
Lo que nunca se muestra, o muy pocas veces, son los valores de la cultura villera. Allí se da, dicen los curas villeros, el “encuentro de los valores más nobles y propios del interior del país o de los países vecinos, con la realidad urbana. La cultura villera no es otra cosa que la rica cultura popular de nuestros pueblos latinoamericanos”. Un monje dijo alguna vez que los pobres son ladrones; si te acercas te roban el corazón. Y esta frase que suena cursi, es corroborada por todo aquel que pudo compartir su vida con los más humildes de nuestro Pueblo. La solidaridad, la entrega, el “dar hasta lo que no tienen”, el cuidado por el más débil o desprotegido, son valores que se encarnan a diario en su cotidiano vivir.
Tanto una mirada como la otra, colaboran a construir una percepción más compleja de la realidad. No idealizo la villa ni los villeros, pero tampoco los denigro. En esa tensión viven, sobreviven, ellos. Como casi todos nosotros…
Y quisiera concluir esta primera parte del análisis dejando bien en claro que es fundamental el desde dónde nos paramos para diagnosticar y buscar soluciones reales. Jamás será lo mismo pensar en la seguridad de algunos (de los que tienen, que son los únicos que pueden perder algo) y la visión estética de selectos barrios de elite, que preocuparnos, y ocuparnos, por el bien de todos y cada uno de los habitantes de nuestra Ciudad (hayan nacido donde hayan nacido, vivan donde vivan). Frente a la política del desalojo debemos exigir una política de vivienda. Y que nunca, pero nunca, se criminalice la pobreza.
A partir de un par de comunicados del Equipo de Sacerdotes para las Villas de Emergencia apareció en el debate una tercera posibilidad: integración urbana. Este aporte, decididamente, es fruto de una experiencia vital en ese contexto. Es la mirada que puede sumar alguien que está adentro, aunque haya venido de afuera. Y considero, sin dejar de atender la complejidad del caso, que esta postura debe ser el camino a seguir.
¿Qué entienden por integración urbana?. Los cito: “respetar la idiosincrasia de los pueblos, sus costumbres, su modo de construir, su ingenio para aprovechar tiempo y espacio, respetar su lugar, que tiene su propia historia. Sin duda debe haber un camino de mejoramiento de la calidad de vida en las villas -fue y es una preocupación de este equipo- pero es fundamental en este camino poner el oído en el corazón del villero para que las posibles soluciones no provengan de oficinas donde trabajan técnicos que ignoran la realidad, y que en lugar de mejorarla la empeoran”.
La villa, digámoslo de una vez, tiene muy mala prensa. Suele aparecer, de manera más o menos explícita, como “refugio de chorros”, “mercado de drogas”, “ambiente de promiscuidad sexual”, “paradigma de la violencia”, y demás etiquetas que permiten arribar a una sola conclusión: allí vive lo peor de nuestra sociedad. Es el paso previo, y necesario, para erradicarlas (eufemismo que permite evitar la palabra “eliminarlas”).
Nobleza obliga, debemos reconocer que todas esas realidades dolorosas están presentes en las villas. Pero también reconozcamos que están presentes no solamente en las villas. Quizás no es este el espacio para analizar las causas de estas problemáticas, ni revisar la diferencia entre paco y éxtasis, o entre chorro y ladrón de guante blanco o corrupto. Hasta suenan distinto…
Lo que nunca se muestra, o muy pocas veces, son los valores de la cultura villera. Allí se da, dicen los curas villeros, el “encuentro de los valores más nobles y propios del interior del país o de los países vecinos, con la realidad urbana. La cultura villera no es otra cosa que la rica cultura popular de nuestros pueblos latinoamericanos”. Un monje dijo alguna vez que los pobres son ladrones; si te acercas te roban el corazón. Y esta frase que suena cursi, es corroborada por todo aquel que pudo compartir su vida con los más humildes de nuestro Pueblo. La solidaridad, la entrega, el “dar hasta lo que no tienen”, el cuidado por el más débil o desprotegido, son valores que se encarnan a diario en su cotidiano vivir.
Tanto una mirada como la otra, colaboran a construir una percepción más compleja de la realidad. No idealizo la villa ni los villeros, pero tampoco los denigro. En esa tensión viven, sobreviven, ellos. Como casi todos nosotros…
Y quisiera concluir esta primera parte del análisis dejando bien en claro que es fundamental el desde dónde nos paramos para diagnosticar y buscar soluciones reales. Jamás será lo mismo pensar en la seguridad de algunos (de los que tienen, que son los únicos que pueden perder algo) y la visión estética de selectos barrios de elite, que preocuparnos, y ocuparnos, por el bien de todos y cada uno de los habitantes de nuestra Ciudad (hayan nacido donde hayan nacido, vivan donde vivan). Frente a la política del desalojo debemos exigir una política de vivienda. Y que nunca, pero nunca, se criminalice la pobreza.
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