Esta es la historia de una
ostra llamada Marina. Era un bicho de profundidad y como todas las de su raza
había buscado la roca del fondo para agarrarse firmemente a ella. Una vez que
lo consiguió, creyó haber dado con el destino claro que le permitiría vivir sin
contratiempos su ser de ostra.
Ella simplemente había
deseado ser feliz. Pero un día a Marina se le metió un granito de arena. Fue
durante una tormenta de profundidad. De esas que casi no provocan oleaje de
superficie, pero que remueven el fondo de los océanos. Cuando el granito de
arena entró en su existencia, Marina se cerró violentamente.
Así lo hacia siempre que algo entraba en su vida.
Porque es la manera de alimentarse que tienen las ostras. Todo lo que entra en
su vida es atrapado, es integrado y asimilado. Si esto no es posible, se
expulsa hacia el exterior el objeto extraño. Pero con el granito de arena, la Ostra Marina no pudo
hacer lo de siempre. Bien pronto constató que aquello era sumamente doloroso.
La hería por dentro. Lejos de desintegrarse, mas bien la lastimaba a ella.
Quiso entonces expulsar ese
cuerpo extraño. Pero no pudo. Ahí comenzó el drama de Marina. Ese granito de
arena pertenecía a aquellas realidades que no se dejan integrar, y que tampoco
se pueden suprimir. El granito de arena era indigerible e inexpulsable. Y
cuando trató de olvidarlo, tampoco pudo. Porque hay realidades tan dolorosas
que son imposibles olvidar o de ignorar. Frente a esta situación se hubiera
pensado que a Marina no le quedaba más que un camino: luchar contra su dolor,
rodeándolo con el pus de su amargura, generando un tumor que terminaría por
explotarle envenenando su vida y la de todos la que la rodeaban.
Pero en su vida había una
hermosa cualidad. Era capaz de producir sustancias sólidas. Normalmente las
ostras dedican esta cualidad a su tarea de fabricarse un caparazón defensivo.
Pero también pueden dedicarlo a la construcción de una perla.
Y eso fue lo que realizó
Marina. Poco a poco, y con lo mejor de sí misma, fue rodeando el granito de
arena del dolor, y a su alrededor comenzó a nuclear una hermosa perla.
Me han comentado que normalmente las ostras no tienen perlas. Que éstas son producidas sólo por aquellas que se deciden a rodear, con lo mejor de sí mismas, el dolor de un cuerpo extraño que las ha lastimado.
Me han comentado que normalmente las ostras no tienen perlas. Que éstas son producidas sólo por aquellas que se deciden a rodear, con lo mejor de sí mismas, el dolor de un cuerpo extraño que las ha lastimado.
Muchos años después de la
muerte de Marina, unos buzos bajaron hasta el fondo del mar. Cuando la sacaron
a la superficie se encontró en ella una hermosa perla que al verla brillar con
todos los colores del cielo y del mar, nadie preguntó si Marina había sido
feliz.
Simplemente supieron que había sido valiosa.
Simplemente supieron que había sido valiosa.
por Mamerto Menapace
Hasta
acá el cuento, ahora una muy breve reflexión.
Hay
cosas que duelen mucho, muchísimo, y es imposible olvidarlas. Uno no puede
sacarse ese dolor de encima. Y no le encuentra explicación. Y frente a esas
situaciones que nos lastiman tanto, no hay palabras. ¿Qué decirle a gente que
fue a una fiesta y se encontró con una tragedia?. ¿Qué palabras pueden consolar
a aquel que perdió un amigo o un familiar?.
Marina
no pudo ni digerir, ni expulsar, ni olvidar el granito de arena. Nosotros no
podemos digerir, evitar, ni olvidar Cromagnón. Y al decir Cromagnón nombramos a
tantas personas que, como Lucas, ya no están. Y también a los que quedamos pero
ya no somos los mismos.
Es
verdad, la vida sigue. Pero la vida sigue a pesar de Cromagnón. Hay un antes y
un después. Y sentimos dolor, tenemos bronca; queremos insultar y a la vez nos
largamos a llorar. Sabemos que el dolor no se va a ir nunca. Hay situaciones y
personas que no se olvidan. Siempre van a estar presentes como ese granito de
arena. De ahora en más queda en nosotros qué hacer con eso...
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