“Uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida…”
Del 21 al 23 de noviembre, estuve
de nuevo en el Monasterio Benedictino Santa María de Los Toldos. Fui por
primera vez a mis 19 años y hoy, más de 25 años después, cuento con varios
retiros por esos lados en mi haber. Pero esta vez, fue distinto.
“…y entonces comprende, cómo
están de ausentes las cosas queridas”
Fue mi primera visita desde que
falleció Mamerto. Y eso lo cambia todo. El lugar, hermoso como siempre. Uno se
encuentra con Dios también en ese paisaje, en la naturaleza que brilla en todo
su esplendor. Las oraciones comunitarias con los monjes, siempre presentes
acompañando los diferentes momentos del día. El silencio. Los ejercicios
espirituales que, una vez más, me preparó mi cura amigo. El pan, el queso, el vino.
Todo lo mismo, lo de siempre… pero ya no está Mamerto.
Fui dos veces al cementerio en esos tres días. Las últimas dos veces que estuve en Los Toldos, Mamerto en persona señalaba el lugar donde descansarían sus restos agregando, con el humor de siempre, que allí “iba a estacionar”. Y, de hecho, ahí está la lápida. Sé que él no está en ese lugar, pero me ayudó sentarme al lado, rezar, hablarle. También, debo reconocer, fue muy lindo hacerlo acompañado. Es más, creo (de creer, con fe) que Mamerto tiene mucho que ver en esa compañía (pero sobre eso compartiré en otro momento).
Todo lo que quise escribir sobre
él ya está en el posteo del 9 de junio (tres días después de su muerte). Por eso,
me reservo los últimos párrafos, los próximos, para hablar sobre qué me dejaron
estos tres días de encuentro con Dios:
Lo primero, ser agradecido. Fue
un año de muchas bendiciones. Como toda mi vida, creo. A veces, me preguntan
por mi fe en momentos de dolor y oscuridad, que los tuve, pero siempre me sentí
mucho más cerca de la luz y por eso doy a gracias a Dios. Por la vida que viví
hasta hoy. Por las personas con las que compartí. Por mis hijos, y toda mi
familia. Por los cambios laborales, profesionales de este 2025. Por los logros,
en especial con la escritura, que se dieron en este año. Y por el amor, por mi
compañera con la que andamos soñando juntos.
También hubo pedidos y súplicas, desde luego. Me alegra saberme escuchado por Dios, aunque no siempre responda como yo lo espero. Es que la experiencia de abandonarse en Él, algo que vivencio cada vez más, trae serenidad, paz y alegría a mi vida. Amén.



