Cada
30 de diciembre es una fecha muy triste, y hoy ya contamos 20 años del dolor
insoportable de Cromañón. En este último tiempo vi la serie y el documental, y
volví a llorar como si las heridas no terminaran de sanar nunca. Hubo gente
querida adentro; algunos salieron con vida, otros no...
Conocí Callejeros en 2004 por un grupo de alumnos que tuve en San Alfonso (hoy Nuestra Señora de la Anunciación). Algunos de ellos decidieron utilizar sus canciones para hacer un Trabajo Práctico sobre Vocación, Felicidad y Sentido de la Vida. Yo no volví a ser el mismo. Ellos, los sobrevivientes, menos (hallan ido o no al recital).
En
el 2005 volví a tener al mismo curso. Teníamos un compañero menos. Muy
doloroso. Muy triste. Muy difícil. Y luego de mucho reflexionar, mucho rezarlo,
decidí empezar el primer día de clases con un cuento y una reflexión, que les
entregué por escrito y leí, como pude, en voz alta.
"Esta es la historia de una ostra llamada Marina. Era un bicho de profundidad y como todas las de su raza había buscado la roca del fondo para agarrarse firmemente a ella. Una vez que lo consiguió, creyó haber dado con el destino claro que le permitiría vivir sin contratiempos su ser de ostra.
Ella
simplemente había deseado ser feliz. Pero un día a Marina se le metió un
granito de arena. Fue durante una tormenta de profundidad. De esas que casi no
provocan oleaje de superficie, pero que remueven el fondo de los océanos.
Cuando el granito de arena entró en su existencia, Marina se cerró
violentamente.
Así lo hacía siempre que algo entraba en su vida. Porque es la manera de alimentarse que tienen las ostras. Todo lo que entra en su vida es atrapado, es integrado y asimilado. Si esto no es posible, se expulsa hacia el exterior el objeto extraño. Pero con el granito de arena, la Ostra Marina no pudo hacer lo de siempre. Bien pronto constató que aquello era sumamente doloroso. La hería por dentro. Lejos de desintegrarse, más bien la lastimaba a ella.
Quiso entonces expulsar ese cuerpo extraño. Pero no pudo. Ahí comenzó el drama
de Marina. Ese granito de arena pertenecía a aquellas realidades que no se
dejan integrar, y que tampoco se pueden suprimir. El granito de arena era
indigerible e inexpulsable. Y cuando trató de olvidarlo, tampoco pudo. Porque
hay realidades tan dolorosas que son imposibles olvidar o de ignorar. Frente a
esta situación se hubiera pensado que a Marina no le quedaba más que un camino:
luchar contra su dolor, rodeándolo con el pus de su amargura, generando un
tumor que terminaría por explotarle envenenando su vida y la de todos la que la
rodeaban.
Pero en su vida había una hermosa cualidad. Era capaz de producir sustancias sólidas. Normalmente las ostras dedican esta cualidad a su tarea de fabricarse un caparazón defensivo. Pero también pueden dedicarlo a la construcción de una perla.
Y eso fue lo que realizó Marina. Poco a poco, y con lo mejor de sí misma, fue rodeando el granito de arena del dolor, y a su alrededor comenzó a nuclear una hermosa perla.
Me han comentado que normalmente las ostras no tienen perlas. Que éstas son
producidas sólo por aquellas que se deciden a rodear, con lo mejor de sí
mismas, el dolor de un cuerpo extraño que las ha lastimado.
Muchos años después de la muerte de Marina, unos buzos bajaron hasta el fondo del mar. Cuando la sacaron a la superficie se encontró en ella una hermosa perla que al verla brillar con todos los colores del cielo y del mar, nadie preguntó si Marina había sido feliz. Simplemente supieron que había sido valiosa.
Hasta acá el cuento, ahora una muy breve reflexión.
Hay cosas que duelen mucho, muchísimo, y es imposible olvidarlas. Uno no puede sacarse ese dolor de encima. Y no le encuentra explicación. Y frente a esas situaciones que nos lastiman tanto, no hay palabras. ¿Qué decirle a gente que fue a una fiesta y se encontró con una tragedia? ¿Qué palabras pueden consolar a aquel que perdió un amigo o un familiar?
Marina no pudo ni digerir, ni expulsar, ni olvidar el granito de arena. Nosotros no podemos digerir, evitar, ni olvidar Cromañón. Y al decir Cromañón nombramos a tantas personas que, como Lucas (Matute), ya no están. Y también a los que quedamos, pero ya no somos los mismos.
Es verdad, la vida sigue. Pero la vida sigue a pesar de Cromañón. Hay un antes y un después. Y sentimos dolor, tenemos bronca; queremos insultar y a la vez nos largamos a llorar. Sabemos que el dolor no se va a ir nunca. Hay situaciones y personas que no se olvidan. Siempre van a estar presentes como ese granito de arena. De ahora en más queda en nosotros qué hacer con eso..."
Participé en varias marchas, con el infaltable "Ibarra y Chabán, la tienen que pagar". Es que siempre supimos que a los pibes los mató la corrupción política, policial y empresarial. También participé en varias misas en la Catedral, y hasta celebraciones en el Santuario, con sobrevivientes, familiares y amigos. Todavía recuerdo algo que dijo el Papa Francisco hace 15 años, siendo aún Bergoglio, en una de esas celebraciones: “Venimos a llorar por nuestra ciudad, que no llora todavía. Ciudad vanidosa, casquivana y coimera, que maquilla las heridas de sus hijos y nos las cura”. No lloramos lo suficiente. Ahora entiendo el porqué de las lágrimas y la angustia que todavía me atrapan cada tanto, de esas heridas que no terminan de cerrar.
Por último, una invitación a la esperanza. Muchísimos de los que estuvieron en Cromañón aquella noche, volvieron a entrar para rescatar familia, amigos y también desconocidos. Muchos de ellos murieron, dando la vida. Héroes y Mártires, como los llama el Padre Eduardo Meana en aquella canción que dice: “Y tu amor se hace señal. Y tu entrega deja huella. Y es tu sueño una semilla. Tu recuerdo, nuestra estrella”. Sigamos su ejemplo. Porque la vida sigue, a pesar de. Y como escribieron Matute y sus compañeros en aquel trabajo grupal: la felicidad siempre es con otros.
"Los pibes de Cromañón, presentes. Ahora y siempre"