“Es verdad que no es simple ni fácil dedicar tiempo a incluir a los
excluidos, cuando vos a diario también tenés que sobrevivir en este sistema.
Hay falta de tiempo real y verdadero. Pero también es cierto que con muy poco
tiempo, cuando se genera una catástrofe y el otro se hace visible, con
poquísima inversión de tiempo y dinero, lográs un enorme impacto. El planteo es
cómo lograr una situación sostenida en el tiempo: el compromiso” (Juan Carr).
Vivimos días trágicos. Todos estamos
conmovidos por las imágenes del temporal, de las inundaciones. Y eso se hace
patente en víctimas, en muertes, en el perderlo todo, en la bronca, la
impotencia, la angustia y el dolor. Me compadezco con todos y me solidarizo con
ellos. Conozco personas concretas que sufrieron esta catástrofe, lo que hace mi
sentimiento mucho más real.
Pero no puedo esconder mi
indignación. ¿Por qué de repente tanta gente sale corriendo a ayudar a aquellos
que tenían algo y lo perdieron? ¿Por qué esa misma gente no salió antes a
ayudar a aquellos que ni siquiera tienen algo que perder? No está mal ayudar en
la urgencia, ¿pero no sería mejor ayudar a todos los que necesitan antes de que
suceda una tragedia?
Vivimos en un mundo
escandalosamente inequitativo, injusto y desigual. El neoliberalismo, está
harto demostrado, es un sistema de acumulación y concentración de la riqueza, a
la vez que genera desigualdad y expulsión. Son cada vez menos los que tienen
más, y cada vez más, mientras que son cada vez más los que tienen menos, y cada
vez menos.
Según un informe de la CTA seis millones de chicos en
la Argentina
viven en la pobreza, de los cuales tres millones tienen hambre. Mueren por día
25 recién nacidos. El 52,2 % de los menores vive en hogares sostenidos por
padres con inserción laboral precaria. Estamos hablando de alrededor de siete
millones de chicos. El 47,2 % no tiene cobertura médica. Dos millones de pibes
no asisten o nunca asistieron a un establecimiento educativo.
El problema principal de estos
pibes, de sus familias, se basa en la exclusión. Y ya no son solamente
excluidos, sino que podemos decir que son sobrantes, que están de más, que son
desechables; hay una brecha
insalvable entre ellos y el resto. Porque viven en situación de pobreza o
indigencia, no tienen acceso a la educación, a la salud, a una vivienda digna…
¿Qué pasaría si los medios mostrasen esos rostros todos los días?. ¿Es la
invisibilidad de los excluidos lo que genera insolidaridad?.
Y agrego: según datos del
Ministerio de Salud Nacional, en 2007 de hubo 9.300 muertes de menores de 1
año, llegando a 11.112 antes de los 4 años, la mayoría de ellas por causas
evitables. Siendo cifras oficiales, tenemos la certeza de que no son menos,
pero probablemente sean más. ¿Cómo
podemos dormir tranquilos sabiendo esto?.
La solidaridad está muy bien,
pero es más que un gesto movilizado por una emoción pasajera, por una imagen
sensiblera. La cultura de la solidaridad se tiene que vivir todos los días, y
tiene que llevarnos a la justicia. Y a la justicia se llega también, y quizás
principalmente, por la política, con o sin pechera.
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