“No tengo tiempo. No tengo tiempo para preocuparme cómo
pasó. Así son las cosas. Estamos diseñados genéticamente para dejar de
envejecer a los 25. El problema es que vivimos solo un año más, a menos que
consigamos más tiempo. Ahora el tiempo es la moneda, lo ganamos y lo gastamos.
Los ricos viven para siempre y los demás…Solo quisiera despertar con más tiempo
en mis manos que horas en el día”, dice el protagonista de In Time
al inicio de la película.
“El
precio del mañana”, según su versión para Latinoamérica, es una película de
ciencia ficción, futurista, distópica, escrita y dirigida por el gran Andrew
Niccol, quien afortunadamente ya nos tiene acostumbrados a películas de este
estilo.
A
primera vista parece ser una gran obra que se presenta como crítica al sistema
capitalista, aunque en cuanto nos ponemos un poco más exigentes podríamos
afirmar que es un diagnóstico un tanto reduccionista de la sociedad actual y
una solución demasiado simplista, dejándonos gusto a poco desde una mirada
posicionada en la crítica socio-cultural.
Hechas
las aclaraciones pertinentes, y autolimitándonos en las temáticas a encarar,
nos centraremos en tres grandes asuntos: la desigualdad de oportunidades de
origen, el consumismo en una sociedad capitalista, y el sistema como mecanismo
de control social y garante del statu quo.
Comencemos…
¿Se
puede elegir dónde nacer?. No. ¿Es lo mismo nacer en el Gueto o en New
Greenwich?. No. ¿Los que nacen tienen alguna responsabilidad para determinar
dónde nacen?. No. ¿Hay diferencia entre nacer en un lado o el otro?. Sí,
claramente. Y por eso el sistema es, en sí mismo, injusto. Unos viven al día,
casi suplicando no morir minuto a minuto. Otros, viven una vida llena de lujos.
Y como dice el rico suicida: “Para que algunos sean inmortales muchos deben
morir… Si todos vivieran para siempre, ¿dónde los pondríamos?. ¿Por qué crees
que hay zonas horarias? ¿Por qué crees que los precios suben todos los días en
el gueto? Los costos de vida aumentan para que las personas sigan muriendo.
¿Hombres con un millón de años mientras que la mayoría vive al día? La verdad
es que hay más que suficiente, nadie tiene que morir antes de tiempo”.
La famosa máxima “time is money” se
hace realidad, y el tiempo es la moneda, el dinero, el nuevo valor de cambio.
Karl Marx decía que el rasgo particular de la sociedad capitalista es que en
ella la fuerza de trabajo es también una mercancía. En In Time, el tiempo de
vida, la vida misma, es mercancía. En vez de dedicar tiempo a trabajar para ganar
dinero y poder consumir, se dedica tiempo a trabajar para ganar tiempo y poder
consumir(¿se?). El consumo (del tiempo) es inevitable, inexorable. Vivir
nos cuesta la vida. Este capitalismo líquido radicaliza, aunque no necesita
esforzarse mucho, lo que tan bien explican Zygmunt Bauman (modernidad líquida y
consumismo) e Ignacio Lewkowicz (tiempos de fluidez y
consumidores), entre tantos otros. Y agrego: el pensador argentino nos invita a
“pensar sin estado”, algo que se lleva al extremo en la película. Lo estatal se
manifiesta en los guardianes del tiempo, mientras que el Mercado maneja la vida
de las personas, y por eso la fluidez, la liquidez, los consumidores…
El
salario que se le paga a un trabajador en nuestras sociedades cumple la función
de permitirle recuperar energías para seguir trabajando: alimentarse y
descansar (y aparece en escena la plusvalía). En In Time se paga con tiempo,
pero cumple la misma función. Tiempo para comprar comida, tiempo para poder
descansar y dormir. Y seguir trabajando. Y así. ¿O acaso en qué se consume
mayormente el tiempo del pueblo trabajador si no es en trabajar, comer y
dormir?.
El
nacer en un lugar u otro implica una desigualdad de oportunidades de origen,
previa a todo esfuerzo posible, a todo mérito que se quiera exigir. Y, para
asegurarse que todo siga igual, el sistema se encarga de mantener el orden
vigente a través de reglas de juego claras que no hay que andar modificando.
Existe una desigualdad de origen que se transforma en desigualdad de acceso.
Existen barreras económicas, físicas, llamadas peajes. Son infranqueables. El
ascenso social, si bien no está prohibido explícitamente, es imposible ipso facto. Excepto que haya un error en
la Matrix. Que
un rico, asqueado, saturado, baje a los suburbios, regale todo su
tiempo-dinero, y se suicide. Y que ese tiempo-dinero caiga en las manos de
alguien dispuesto a hacer algo con eso, con toda una historia familiar detrás.
“Sí, se puede”, dirán algunos, colaborando a construir un sentido común
meritocrático donde la excepción jamás será regla, colaborando al control
social manteniendo el statu quo que
beneficia a unos pocos en detrimento de muchos.
Will
Salas dice: “nadie tiene culpa de nacer donde nace”. Ni unos ni otros. De
ambos lados de la grieta, que la hay y profundamente marcada, nadie elige desde
dónde empezar. Pero sí hay posibilidades, mínimas, situadas, de hacer algo.
Sylvia Weis es la representante de la clase privilegiada tomando conciencia de
la situación y pasando a la praxis. Su padre, en cambio, celebra el capitalismo
darwiniano donde sobreviven los más poderosos y mueren los más vulnerables.
Cultura del descarte, diría el Papa Francisco.
¿Cómo
hace el sistema para mantener las desigualdades?. Se controlan los flujos de tiempo,
se aumentan los precios e impuestos, se dan préstamos y suben las tasas de
interés, se eleva el valor de los peajes para segregar y, de ser necesario,
aparece en escena la fuerza represiva. Porque un pobre con dinero es culpable
hasta que se demuestre lo contrario, pero nunca se cuestiona el origen de la
riqueza en las clases privilegiadas.
Que
la solución sean dos Robin Hood del futuro, parece simplista. “¿Es robar lo que ya fue robado?”,
repiten en la película. Sin llegar a los cien años de perdón, se deja entrever
cierta idea de destino universal de los bienes. La seguridad jurídica reclamada
desde arriba implica mantener el actual estado de cosas, este orden arbitrario,
modificable, que se nos presenta como natural. “No
tengo tiempo para preocuparme cómo pasó. Así son las cosas”. Y
quizás lo más terrible del sistema es, en palabras del protagonista, que “el pobre muere y
el rico no vive”.
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